Nota de los editores.

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6 de febrero de 2024

Tomo 1 - Las cuatro deudas de gratitud


Con respecto a mi actual exilio,1 hay dos cuestiones importantes que debo mencionar. Una es que siento una inmensa alegría. Y la razón es que esta tierra se denomina «mundo saha», y saha significa «resistir». Por eso, al Buda también se lo llama «El Que Puede Resistir». En el mundo saha,2 hay mil millones de montes Sumeru, mil millones de soles y de lunas, y mil millones de grupos de cuatro continentes. Entre todos esos mundos, fue en el del centro —⁠con su monte Sumeru, su sol y su luna, y sus cuatro continentes⁠— donde el Buda hizo su advenimiento. El Japón es una diminuta tierra de islas situada en un lejano rincón de ese mundo, al noreste del país en que el Buda nació.

Ya que todos los mundos de las diez direcciones, excepto este mundo saha, son tierras puras, sus habitantes de buen corazón no insultan ni odian a los sabios y venerables. En cambio, este mundo está poblado de seres rechazados en las tierras puras de las diez direcciones, por haber cometido las diez malas acciones o las cinco faltas capitales, por calumniar a los sabios y venerables, por haber tratado a sus padres sin el debido amor filial, o a los sacerdotes, sin el debido respeto. Por tales ofensas, estos hombres caen en los tres malos caminos y, sólo después de haber morado allí durante kalpas incontables, finalmente acaban renaciendo en este mundo. Así y todo, como aún no han eliminado los residuos de su mal karma creado en existencias anteriores, conservan la tendencia a perpetrar las diez malas acciones o las cinco faltas capitales, a vilipendiar a los sabios y venerables, a tratar a sus padres sin devoción filial, y a ser irreverentes con los monjes.

Por dichas razones, cuando Shakyamuni El Que Así Llega hizo su advenimiento a este mundo, algunos le ofrecieron alimentos mezclados con veneno; otros trataron de herirlo con palos y espadas, con elefantes enloquecidos, con leones, toros furiosos o perros salvajes. Otros, a su vez, lo acusaron [falsamente] de haber violado mujeres, dijeron que era un hombre de baja calaña, y le endilgaron homicidios. Algunos, al cruzarse con él, se cubrían los ojos para no tener que verlo; otros cerraban las puertas o trancaban las ventanas. Y hubo quienes informaron a los reyes y ministros que [Shakyamuni] propugnaba ideas erróneas y era proclive a hablar mal de personajes excelsos. Tales incidentes se describen en el Sutra de la gran compilación, en el Sutra del nirvana y en otras escrituras. El Buda era inocente de todas esas malas acciones; pero este mundo adolece de una deficiencia peculiar: en él nacen las personas dotadas de un mal karma, que lo pueblan en gran número. Además, el Rey Demonio del Sexto Cielo conspira para impedir que los habitantes de este mundo lo abandonen y se marchen a otras tierras puras, y por eso se vale de la menor oportunidad para ejecutar sus depravadas acciones.

Todo parece indicar que el fin último de estas maquinaciones es impedir que el Buda exponga el Sutra del loto. Porque este Rey Demonio, por naturaleza, se deleita cuando la gente crea el karma de los tres malos caminos y sufre cuando las personas crean el karma de los tres buenos caminos.3 Sin embargo, no es esto último lo que más lo aflige, sino las personas que aspiran a los tres vehículos, quienes, en realidad, lo abruman de dolor. Así y todo, no son estas personas que aspiran a los tres vehículos las que más lo hacen sufrir, sino quienes crean el karma que les permite llegar a ser budas; por eso, aprovecha la menor oportunidad para impedir que estos avancen. Sabe que aquellos que escuchan una sola frase u oración del Sutra del loto sin falta lograrán la Budeidad. Terriblemente contrariado por esta perspectiva, concibe los planes más diversos y se dedica a reprimir y perseguir a los creyentes, con la intención de que abandonen la fe.

Aunque la época en que vivió el Buda fue en verdad corrupta, las cinco impurezas recién habían comenzado a manifestarse; además, el Demonio se detenía, pasmado y sobrecogido ante los poderes del Buda. Pero, incluso en esa época, cuando la codicia, el odio y la estupidez de la gente todavía no cundían desenfrenadamente, y tampoco proliferaban las ideas erróneas, un grupo de brahmanes de la escuela Bastón de Bambú asesinó al honorable Maudgalyayana, conocido por dominar como nadie los poderes trascendentales; y el rey Ajatashatru soltó una estampida de elefantes enloquecidos para acabar con la vida de la única persona digna de honor en los tres mundos.4 Devadatta mató a la monja Utpalavarna, que había alcanzado el estado de arhat, y el honorable Kokalika echó a correr rumores maliciosos sobre Shariputra, conocido por ser el de mayor sabiduría. ¡Cuánto empeoraron las cosas en este mundo, a medida que las cinco impurezas fueron extendiéndose! Y ahora, en esta última época, serán aun más terribles los celos y el odio hacia los que creen incluso mínimamente en el Sutra del loto. Al respecto, el Sutra del loto dice: «Puesto que el odio y los celos hacia este sutra abundan incluso durante la vida de El Que Así Llega, ¡cuánto peor será después de su muerte!».5 Cuando leí este pasaje por primera vez, no pensé que la situación llegaría a ser tan grave como allí se vaticina. Pero ahora me impacta la precisión infalible de las palabras del Buda, en especial viendo mis circunstancias actuales.

Yo, Nichiren, no observo los preceptos con mi cuerpo; mi corazón tampoco está exento de los tres venenos. No obstante, dado que creo en este Sutra [del loto] y permito que otros se relacionen con él, pensé que, tal vez, la sociedad me trataría con mayor gentileza. Probablemente porque el mundo ha ingresado en la última época, hoy hay quienes siguen incluso a monjes casados y con hijos, y a sacerdotes que comen aves y pescado. Yo no tengo esposa ni hijos, y tampoco como aves o pescado; he sido censurado sólo por propagar el Sutra del loto. Aunque no poseo hijos ni mujer, todo el país cree que soy un monje que transgrede el código de conducta, y aunque jamás di muerte a una sola hormiga o langosta, mi mala reputación se ha diseminado por toda la nación. Esto tiene mucho en común con la situación del buda Shakyamuni, calumniado en vida por una muchedumbre de personas no budistas.

Al parecer, tan sólo porque mi fe en el Sutra del loto concuerda con sus enseñanzas un poco más que la del resto de la gente, los demonios malignos se valen del cuerpo de los demás y hacen que estos me odien. Soy sólo un monje sin preceptos, humilde e ignorante. Pero cuando pienso que el Sutra del loto —⁠expuesto hace más de dos mil años⁠— menciona a alguien como yo, y que, según profetiza el Buda, esa persona tendrá que enfrentar persecuciones, no encuentro palabras con que expresar mi alegría.

Ya han transcurrido veinticuatro o veinticinco años desde que comencé a estudiar el budismo. Sin embargo, sólo en los últimos seis o siete creí en el Sutra del loto con todo mi corazón. Además, aunque tenía fe en este sutra, debido a mi negligencia, a mis estudios o a las interrupciones de los asuntos mundanos, diariamente recitaba apenas un solo rollo, un solo capítulo o el título. Pero ahora, en los últimos doscientos cuarenta días —⁠desde el duodécimo día del quinto mes del año pasado, hasta el decimosexto día del primer mes de este año⁠— creo que he practicado el Sutra del loto las veinticuatro horas, de día y de noche. Y lo digo porque, habiendo sufrido el exilio por causa del Sutra del loto, ahora lo leo y lo practico en forma continua, mientras camino o cuando estoy de pie, sentado o recostado. Para cualquiera que haya nacido como ser humano, ¿podría haber acaso una dicha más grande?

Es habitual que las personas comunes apenas se esfuercen una o dos horas por día —⁠y esto sólo cuando se acuerdan de hacerlo⁠—, aun cuando ellas mismas se incentivan para albergar el deseo de la iluminación y el anhelo de la felicidad en su próxima existencia. En lo que a mí concierne, leo el Sutra del loto sin que haya que recordármelo, y lo practico incluso mientras no leo sus palabras en voz alta.

Durante el transcurso de incontables kalpas, mientras transmigré por los seis caminos y las cuatro formas de nacer, es posible que a veces haya participado en alzamientos, que haya robado, que haya irrumpido en viviendas ajenas durante la noche y que, a causa de tales delitos, el gobernante me haya sentenciado y condenado al exilio o la muerte. Pero esta vez, personas de mal karma han presentado cargos fraguados contra mí tan sólo por mi firme determinación a propagar el Sutra del loto; he aquí la causa de mi exilio. Seguramente, esto obrará en mi favor en existencias futuras. En esta última época, no puede haber nadie más que esté practicando el Sutra del loto las veinticuatro horas, de día y de noche, sin tener que hacer un esfuerzo deliberado para ello.

Hay otra cosa que despierta mi profundo agradecimiento. Es posible que, durante incontables kalpas transmigrando por los seis caminos, haya conocido a numerosos soberanos y haya llegado a ser su regente o ministro favorito. En tal caso, puede que me hayan concedido feudos, tesoros y remuneraciones. Sin embargo, ni una sola vez conocí a un soberano en cuyo país se hubiera propagado el Sutra del loto, donde pudiese yo escuchar su nombre, practicarlo y, debido a esta causa, ser calumniado por otros o incluso desterrado por las autoridades. El Sutra del loto dice: «Con respecto a este Sutra del loto, a través de tierras incontables uno no puede oír su nombre siquiera y mucho menos verlo, aceptarlo, creer en él, leerlo y recitarlo».6 Así pues, las personas que me calumniaron y el gobernante [que me exilió] son las personas a quienes les debo mi gratitud más profunda.

El que estudia las enseñanzas del budismo no debe dejar de saldar las cuatro deudas de gratitud. De acuerdo con el Sutra sobre la contemplación de la mente como terreno, la primera de las cuatro deudas es la que uno tiene con todos los seres vivos. De no ser por ellos, a uno le sería imposible sostener el juramento de salvar a innumerables seres vivientes. Además, ¿cómo podrían los bodhisattvas incrementar su mérito si no hubiera malas personas que los persiguiesen?

La segunda de las cuatro deudas de gratitud es la que uno tiene con su padre y su madre. Sin progenitores, nadie podría nacer en los seis caminos. Si uno nace en la familia de un asesino, un ladrón, un transgresor de las normas de conducta o alguien que actúa contra la Ley, aunque uno mismo no cometa esas faltas, en cierta manera genera el mismo karma que quienes sí lo hacen. Sin embargo, en lo que concierne a mis padres en esta existencia, ellos no sólo me dieron la vida, sino que, además, me condujeron a practicar el Sutra del loto. Por eso, la deuda que tengo con ellos es mucho más grande que si hubiera nacido en la familia de Brahma, de Shakra, de uno de los cuatro reyes celestiales o de un rey que hace girar la rueda, y por tal motivo hubiese heredado los tres mundos en los cuatro continentes para que me veneraran las cuatro clases de creyentes en los mundos de los seres humanos y celestiales.

La tercera es la deuda que uno tiene con el soberano. Gracias a él, uno puede calentar su cuerpo bajo las tres clases de luz celestial7 y mantener su vida con las cinco clases de granos8 que crecen en la tierra. Por añadidura, en esta existencia he abrazado la fe en el Sutra del loto y he encontrado un gobernante que me permitirá liberarme en esta vida de los sufrimientos del nacimiento y la muerte. Así pues, ¿cómo podría vivir recordando el daño insignificante que él me ha causado y pasar por alto lo mucho que le debo?

La cuarta es la deuda de gratitud con los tres tesoros. Cuando Shakyamuni El Que Así Llega se dedicó a la práctica de bodhisattva durante incontables kalpas, acumuló toda la buena fortuna y las virtudes obtenidas por ese medio, y las dividió en sesenta y cuatro partes, con sus respectivos méritos. De las sesenta y cuatro, reservó una sola para sí mismo y dejó en este mundo las sesenta y tres restantes, con el siguiente juramento: «Habrá una época en que cundirán las cinco impurezas, florecerán las enseñanzas erróneas, y los difamadores poblarán la tierra. En ese momento, como las innumerables deidades benevolentes y guardianas ya no podrán deleitarse con el sabor de la Ley, su majestad y fortaleza irán menguando. El sol y la luna perderán su fulgor, los dragones celestiales ya no provocarán más lluvias, y las deidades terrenales harán decrecer la fertilidad de los suelos. Las raíces y tallos, ramas y hojas, flores y frutos perderán sus propiedades medicinales y sus siete sabores.9 Y hasta aquellos que llegaron al trono por haber observado en existencias anteriores los diez buenos preceptos se entregarán a la codicia, el odio y la estupidez. Los seres humanos ya no brindarán a sus padres el debido amor filial, y la discordia reinará entre las seis clases de parientes.10 En un momento así, mis discípulos serán personas sin erudición y sin preceptos. Por esta razón, aunque lleven la cabeza rapada, serán abandonados por las deidades tutelares y se verán privados de todos los medios de subsistencia. Para mantener a esos monjes y monjas [ahora dejo aquí estas sesenta y tres partes]».

Por otro lado, con respecto a los beneficios que el Buda había adquirido como resultado de su práctica, los dividió en tres partes, de las cuales sólo utilizó dos. Así pues, aunque podría haber vivido en este mundo ciento veinte años, falleció al cabo de ochenta y nos entregó a nosotros los cuarenta años restantes de la duración de su vida.11

Aunque pudiésemos juntar toda el agua de los cuatro grandes océanos para humedecer en ella piedras de tinta, aunque quemásemos todos los árboles y plantas para hacer barras de tinta, aunque 
recogiésemos las cerdas de todos los animales para fabricar pinceles, aunque utilizáramos como papel la superficie entera de todos los mundos de las diez direcciones y, con ello, escribiésemos palabras de agradecimiento, ni aun así podríamos saldar nuestra deuda con el Buda.

Con respecto a la deuda de gratitud con la Ley, esta es el maestro de todos los budas. Si los budas son dignos de respeto, se debe a la Ley. Por ende, los que deseen saldar su deuda con el Buda deberán, primero, retribuir los favores recibidos de la Ley.

Y con respecto a la deuda de gratitud con la Orden budista, tanto el tesoro del Buda como el tesoro de la Ley pueden perpetuarse, invariablemente, gracias a que existe una Orden. Para dar un ejemplo, sin leña no puede haber fuego, y sin tierra, no pueden crecer las plantas o los árboles. Del mismo modo, aunque existiera el budismo, sin miembros de la Orden que lo estudiaran y lo difundieran, jamás podría haberse transmitido durante los dos milenios del Primer Día y del Día Medio de la Ley, y llegar hasta el Último Día. En consecuencia, el Sutra de la gran compilación dice: «Si, en el último de los cinco períodos de quinientos años, alguien hostigara a los monjes sin erudición y sin preceptos, y los acusara de algún delito, esa persona estará extinguiendo la gran antorcha del budismo». Por lo tanto, la inmensa deuda que uno tiene con la Orden es difícil de saldar.

Por tal razón, es imperioso retribuir los favores recibidos de los tres tesoros. En tiempos antiguos, hubo venerables como el niño Montañas Nevadas, el bodhisattva Lamento Perpetuo, el bodhisattva Rey de la Medicina, y el rey Brillo Universal [que ofrendaron su vida para saldar dicha deuda]. El primero dio su cuerpo como alimento a un demonio; el segundo vendió su carne y su médula; el tercero se quemó los brazos, y el cuarto se ofreció para que le cortaran la cabeza. Con todo, las personas comunes de esta última época, aunque reciben beneficios de los tres tesoros, se muestran reacias a retribuirlos. ¿Cómo piensan, entonces, acceder al Camino del Buda? El Sutra sobre la contemplación de la mente como terreno, el Sutra de la red de Brahma y otras enseñanzas afirman que los que estudian el budismo y reciben los preceptos de la iluminación perfecta e inmediata deben, sin falta, saldar las cuatro deudas de gratitud. Yo soy sólo una persona común e ignorante, y mi cuerpo es de carne y sangre; no me he liberado, ni siquiera un poco, de las tres categorías de ilusiones. Y sin embargo, en bien del Sutra del loto he sido difamado, calumniado, atacado con palos y espadas, y enviado al destierro. En vista de tales persecuciones, creo que se me podría comparar con los grandes venerables que se quemaron los brazos, se aplastaron la médula o aceptaron ser decapitados. A esto me refiero cuando hablo de mi inmensa alegría.

La segunda de las dos cuestiones importantes es que siento un hondo pesar. El cuarto volumen del Sutra del loto dice: «Si una mala persona, con el corazón vacío de bondad, apareciera durante el término de un kalpa en presencia del Buda y lo vilipendiara y lo maldijera sin cesar, la falta cometida por dicha persona sería relativamente leve. Pero si una persona dijese una única palabra malvada para difamar o maldecir a la persona laica, o al monje o monja que lee y recita el Sutra del loto, en tal caso su falta sería muy grave».12 Cuando leo este y otros pasajes, mi convicción se enciende, el sudor baña mi cuerpo y un torrente de lágrimas brota de mis ojos. Me duele que, por haber nacido yo en este país, tantas personas de esta tierra hayan creado, en una sola existencia, el peor de todos loskarmas posibles. Los que golpearon y azotaron al bodhisattva Jamás Despreciar pudieron arrepentirse mientras aún vivían; así y todo, sus faltas fueron tan difíciles de erradicar, que cayeron en el infierno Avichi y tuvieron que permanecer allí durante mil kalpas. Pero los que me hicieron daño a mí todavía no han mostrado asomos de arrepentimiento.

El Sutra de la gran compilación, al describir la retribución kármica que deben recibir estas personas, dice: «[El Buda preguntó:] “Si una persona derrama sangre del cuerpo de mil, diez mil o un millón de budas, ¿qué pensaríais vosotros? ¿Que ha cometido una grave falta o no?”.

»El gran rey Brahma respondió: “Si una persona derramara sangre de un solo buda, su falta sería tan seria que lo llevaría a caer en el infierno del sufrimiento incesante. Su ofensa sería insondablemente grave, y debería permanecer en el gran infierno Avichi durante tantos kalpas, que un ábaco no serviría para calcular tamaña medida. Peor aún sería la falta de alguien que hiciera sangrar a diez mil o un millón de budas. Nadie podría explicar cabalmente la falta de esa persona, ni tampoco su retribución. Nadie, salvo El Que Así Llega”. “Gran rey Brahma —⁠dijo el Buda⁠—, supongamos que alguien, por mi bien, adoptase la tonsura y el hábito sacerdotal. Aunque no hubiese recibido nunca los preceptos y, por ende, no observara ni uno sólo de ellos, si alguien lo hostigara, lo insultara o lo golpease con un palo, la falta cometida por esa persona sería aún más grave que aquella [de lastimar a mil o a un millón de budas]”».


Nichiren


En el decimosexto día del primer mes, segundo año de Kocho (1262), signo cíclico mizunoe-inu.

 

A Kudo Sakon-no-jo


Antecedentes


Nichiren Daishonin escribió esta carta mientras se hallaba exiliado en Ito, península de Izu, y se la dirigió a Kudo Sakon-no-jo Yoshitaka, también conocido como Kudo Yoshitaka, señor de Amatsu, en la provincia de Awa.

Se dice que Kudo Yoshitaka adoptó las enseñanzas de Nichiren Daishonin alrededor de 1256, aproximadamente en la misma época que Shijo Kingo y que Ikegami Munenaka, y cuando hacía pocos años que el Daishonin había comenzado a propagarlas. Durante el destierro de su maestro en Izu, Yoshitaka le envió ofrendas y siguió practicando siempre la fe con pureza. Murió en combate, defendiendo al Daishonin de un atentado conocido como la persecución de Komatsubara, en el undécimo mes de 1264. Las cuatro deudas de gratitud es la única carta del Daishonin dirigida a Yoshitaka que se ha conservado hasta hoy.

En el texto, considerando el motivo de su exilio, Nichiren Daishonin expresa la convicción de ser un verdadero practicante del Sutra del loto. Menciona «dos cuestiones importantes» referidas a su exilio en Izu. «Una es que siento una inmensa alegría», afirma, y procede a explicar la razón de su júbilo. La mayor parte de la carta se ocupa de este punto. A continuación, señala: «La segunda de las dos cuestiones importantes es que siento un hondo pesar». Cita pasajes del Sutra del loto y del Sutra de la gran compilación que revelan la grave falta de actuar contra la Ley y contra sus devotos, y explica que lo acongoja pensar en la gran retribución kármica que tendrán que sobrellevar sus perseguidores. Esta es la parte final de la carta.

A lo largo del texto, el Daishonin menciona dos razones de su «inmensa alegría». Una: haber demostrado que es el devoto del Sutra del loto, en la medida en que fue cumpliendo las predicciones del sutra referidas a las persecuciones que habría de enfrentar su devoto en el Último Día de la Ley. La otra es que soportar un destierro por causa del sutra le permite saldar las cuatro deudas de gratitud. Declara que el gobernante que lo condenó al exilio es la persona a la cual más le debe; gracias a él, ha podido vivir las palabras del Sutra del loto y demostrar que es su verdadero devoto.

A continuación, recalca la importancia de saldar las cuatro deudas de gratitud enunciadas en el Sutra sobre la contemplación de la mente como terreno. Estas indican el agradecimiento que se debe a todos los seres vivos, a los padres, al soberano y a los tres tesoros: el Buda, la Ley y la Orden budista.

El Daishonin considera que lo más importante es saldar la deuda de gratitud con los tres tesoros, pues de otro modo uno no podría lograr la Budeidad.


Notas


1. Referencia al exilio del Daishonin a Ito, península de Izu, desde el duodécimo día del quinto mes, 1261, hasta el vigésimo segundo día del segundo mes, 1263.

2. Aquí, la expresión «mundo saha» indica el gran sistema planetario que rodea nuestro mundo.

3. Los «tres buenos caminos» son los de los asuras, los seres humanos y los seres celestiales, en contraste con los «tres malos caminos»: el infierno, el estado de las entidades hambrientas y la animalidad.

4. La historia de Ajatashatru se cuenta entre las nueve grandes persecuciones sufridas por Shakyamuni.

5. Sutra del loto, cap. 10.

6. Ib., cap. 14.

7. La luz del sol, la luna y las estrellas.

8. Trigo, arroz, frijoles y dos clases de mijo. También, término genérico que se aplica a todos los granos.

9. Dulce, picante, agrio, amargo, salado, astringente y sutil.

10. Las seis clases de parientes se refieren al padre, la madre, el hermano mayor, el hermano menor, la esposa y los hijos. Otra clasificación toma en cuenta al padre, los hijos, el hermano mayor, el hermano menor, el esposo y la esposa.

11. No se ha podido rastrear el origen de esta afirmación; presuntamente, se basa en un pasaje del Sutra de la gran compilación.

12. Sutra del loto, cap. 10.