Nota de los editores.

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15 de febrero de 2024

Tomo 1 - Las catorce acciones contra la Ley



He recibido la sarta de monedas, la alforja de arroz pulido y la túnica blanca que usted me envió.

Al sur de estas montañas, a lo largo de más de cien ris, se extienden campiñas y colinas ondulantes. Hacia el norte se eleva el monte Minobu, que se confunde, más allá, con las cumbres del Shirane. Al oeste, irrumpe la aguda silueta del monte Shichimen. Las cimas de estas elevaciones están siempre cubiertas de nieve; la mía es la única morada en toda la región. Mis únicos y escasos visitantes son los monos, que llegan balanceándose de rama en rama. E incluso estos, muy a mi pesar, no se quedan mucho tiempo, pues huyen enseguida al sitio del que llegaron. Al este, fluyen las aguas torrenciales del río Fuji, como las ondas de un arenal en el desierto. Así pues, es realmente extraordinario que, de tanto en tanto, usted me envíe cartas a este lugar tan inaccesible, donde rara vez aparece un visitante.

He sabido que el erudito Nichigen, del templo Jisso-ji, fue expulsado por sus propios discípulos y seguidores laicos, a raíz de haberse convertido en mi discípulo. Como tuvo que renunciar a sus tierras, ahora no tiene residencia fija.1 Sin embargo, así y todo me visita y se ocupa de mis discípulos. ¡Qué gran devoción al Camino! Nichigen es un venerable, un estudioso del budismo sin parangón. No obstante, ha descartado todo deseo de fama y de fortuna, dispuesto a ser mi discípulo. Ha encarnado las palabras del sutra: «No nos preocupan el cuerpo o la existencia».2 Para saldar sus deudas de gratitud con el Buda, él les ha enseñado a usted y a sus compañeros creyentes, y lo ha inspirado a usted, Matsuno, a realizar estas sinceras ofrendas. Todo esto es realmente admirable.

El Buda sostuvo que, en la última época, abundarían los monjes y monjas con corazón de perro, numerosos como los granos de arena del Ganges.3 Con ello, quiso decir que los sacerdotes y las monjas de esta época vivirían apegados a la fama y al provecho material. Como usan hábitos y sobrepellices, parecen ser humildes sacerdotes o monjas, pero en su fuero interno blanden la espada de sus ideas distorsionadas y corren de aquí para allá frente a sus benefactores, mientras les dicen toda clase de mentiras para mantenerlos alejados de otros sacerdotes y monjas. De ese modo, hacen lo posible para acaparar a sus patrocinadores y evitar que otros sacerdotes o monjas se les acerquen, como perros que frecuentan una casa para que los alimenten, pero gruñen y saltan dispuestos a atacar en cuanto ven acercarse a otro can. Todos y cada uno de estos sacerdotes y monjas caerán sin falta en los malos caminos. Ya que Nichigen es un erudito, con p.793seguridad tiene que haber leído ese pasaje del sutra. La consideración de él, tan poco habitual, y las frecuentes visitas que nos hace a mí y a mis discípulos son motivo de mi más profundo agradecimiento.

En su carta usted escribe: «Desde que abracé la fe en este Sutra [del loto], he venido recitando los diez factores de la vida4 y la parte en verso del capítulo “Duración de la vida”, y he estado entonando el daimoku sin el menor descuido. Pero ¿cuál es la diferencia entre los beneficios que recibe un venerable al entonar el daimoku y los que recibimos nosotros cuando lo hacemos?». Para contestar su pregunta, aquellos no son superiores, de ningún modo, a estos últimos. El oro que posee un necio no se diferencia del que posee un sabio; la fogata que enciende un tonto es igual a la que enciende un hombre ilustrado.

Sin embargo, hay diferencia cuando uno entona el daimoku pero actúa contra el propósito del sutra. Existen varios niveles en la práctica de este sutra [y hay, en función de ello, varias formas de actuar contra la Ley]. Permítame resumirlas citando el quinto volumen del Comentario sobre «Palabras y frases del “Sutra del loto”»: «Al definir las clases de mal, Palabras y frases del “Sutra del loto afirma brevemente: “Exponed entre los sabios, mas no, entre los necios”.5 Un erudito6 detalla de este modo las clases de mal: “Primero enumeraré las malas causas y luego, sus efectos. Hay catorce malas causas: 1) arrogancia; 2) negligencia; 3) ideas erróneas sobre el yo; 4) comprensión superficial; 5) apego a los deseos mundanos; 6) falta de comprensión; 7) incredulidad; 8) censura con el ceño fruncido; 9) duda; 10) calumnia; 11) desprecio; 12) odio; 13) envidia y 14) rencor”». Ya que estas catorce acciones contra la Ley se aplican por igual a sacerdotes y laicos, cuídese de no cometerlas.

En la Antigüedad, el bodhisattva Jamás Despreciar dijo que todas las personas poseían la naturaleza de Buda y que, si abrazaban el Sutra del loto, lograrían la Budeidad sin falta. Sostuvo, además, que despreciar a una persona era como despreciar al Buda en persona. Así pues, su práctica consistió en reverenciar a las personas; incluso a aquellas que no abrazaban el Sutra del loto, porque también poseían la naturaleza de Buda y podrían, alguna vez, creer en el sutra. Por lo tanto, es mucho más lógico aún reverenciar a los sacerdotes y laicos que abrazan el sutra.

En el cuarto volumen del Sutra del loto se afirma: «Si alguien profiriera una sola palabra en contra de personas laicas o de monjes y monjas que abrazan y predican el Sutra del loto, su ofensa sería aún más grave que la de insultar al buda Shakyamuni en la cara por el término de un kalpa».7 El Sutra del loto también expresa: «[Si alguien ve a una persona que acepta y practica este sutra, y trata de exponer los defectos o males de esa persona,] ya sea que tales cosas sean ciertas o falsas, [en esta existencia quien las diga se verá afectado de lepra blanca]».8 Grabe en su corazón estas enseñanzas y recuerde siempre que los seguidores del Sutra del loto deberían ser absolutamente los últimos en hablar mal unos de otros. Todos aquellos que mantienen la fe en el Sutra del loto son budas, con toda certeza, y quienes denigran a un buda están cometiendo una falta de enorme gravedad.

Si uno entona el daimoku con la conciencia de que no existen diferencias entre aquellos que abrazan el Sutra del loto, recibirá beneficios iguales que los del buda Shakyamuni. Un comentario establece: «Tanto los seres como el ambiente del infierno Avichi existen íntegramente en la vida del venerable más excelso [el Buda], y lo que es más, la vida y el ambiente de Vairochana [el Buda] jamás p.794trascienden la vida de los mortales comunes».9 Usted podrá inferir la importancia de las catorce acciones contra la ley a la luz de las citas que he mencionado más arriba.

El solo hecho de que me haya preguntado sobre el budismo demuestra que usted piensa seriamente en su próxima existencia. El Sutra del loto dice: «Una persona capaz de escuchar esta Ley es algo extremadamente raro».10 Si el verdadero enviado del Buda no apareciera en este mundo, ¿quién otro podría exponer este sutra en total acuerdo con la intención del Buda? Por otro lado, parecen ser muy pocos los que preguntan sobre el significado del sutra con el deseo de resolver sus dudas y creer en él de todo corazón. Alguien podrá ser muy humilde, pero si lo supera a usted en sabiduría —⁠aunque sea mínimamente⁠— debe preguntarle sobre el significado del sutra. Pero los hombres de esta época son tan arrogantes, prejuiciosos y apegados a la fama y al provecho personal, que temen ser despreciados por los demás si se convierten en discípulos de alguien humilde o si tratan de aprender algo de él. Y, como nunca abandonan su actitud equivocada, parecen destinarse a los malos caminos.

En el capítulo «Maestro de la Ley» se afirma: «Quien hace ofrendas al sacerdote que predica el Sutra del loto y escucha sus enseñanzas, aunque sea por un instante, experimentará alegría, porque podrá lograr beneficios aun mayores que los de alguien que ofrezca inmensurables tesoros al Buda durante ochenta millones de kalpas».11

Incluso una persona ignorante puede obtener beneficios si presta servicio a aquel que expone el Sutra del loto. Si alguien —⁠incluso un demonio o un animal⁠— proclama un solo verso o frase del Sutra del loto, respételo como si fuera el Buda. A esto se refiere el sutra cuando expresa: «Deberíais poneros de pie y saludarlo desde lejos, con el mismo respeto que mostraríais al Buda».12 Deben respetarse unos a otros como hicieron Shakyamuni y Muchos Tesoros en la ceremonia13 del capítulo «La Torre de los Tesoros».

Quizá el sacerdote Sammi-bo sea de humilde condición social; pero, ya que es capaz de explicar, aun mínimamente, las enseñanzas del Sutra del loto, debe tratarlo con el mismo respeto que daría al Buda y hacerle preguntas sobre las enseñanzas. Adopte como guía la frase «Seguid la Ley y no a las personas».14

Hace mucho, mucho tiempo, vivió un joven en las Montañas Nevadas, a quien llamaban con este mismo nombre. Recolectaba helechos y nueces para subsistir, cubría su cuerpo con pellejos de venado y practicaba el Camino con serenidad. Fue observando el mundo con cuidado y atención, hasta llegar a comprender que nada era permanente, que todo cambiaba, y que todo aquello que nacía estaba destinado a morir. Este mundo agobiante es fugaz como el destello de un relámpago, como el rocío de la mañana que se desvanece con el sol, como una lámpara que el viento apaga de un soplo, o como las frágiles hojas de las musáceas, tan fáciles de quebrar.

Nadie puede escapar de esta transitoriedad. Al final, todos emprendemos nuestro viaje hacia las Vertientes Amarillas, la tierra de las tinieblas. Cuando imaginamos el trayecto hacia el otro mundo, experimentamos la más absoluta oscuridad, una penumbra donde no llega la luz del sol, de la luna o de los astros, y ni siquiera una llama para prender una antorcha. A lo largo de ese oscuro camino, no hay nadie que nos haga compañía. Cuando uno se encuentra en el mundo saha, vive rodeado de padres y familiares, hermanos y hermanas, esposa e hijos, y criados. Tal vez los padres p.795brinden una noble benevolencia, y las madres, un hondo y tierno afecto. Quizá marido y mujer sean tan fieles como dos camarones que juran compartir el mismo hueco y jamás separarse en vida. Sin embargo, aunque acerquen sus almohadas una junto a la otra y se abracen bajo edredones bordados con patos mandarines,15 nunca podrán estar juntos en la travesía hacia la tierra de las tinieblas. En ese periplo solitario, envuelto en la más absoluta oscuridad, ¿quién vendrá a brindarnos aliento?

Viejos y jóvenes moran por igual en un reino de incertidumbre; sin embargo, es parte del orden natural que los ancianos mueran primero y los jóvenes permanezcan un tiempo más. Esto nos permite hallar algún motivo de consuelo, aunque haya pérdidas que llorar. A veces, no obstante, son los mayores quienes sobreviven, y los jóvenes, los que mueren primero. Nadie experimenta un resentimiento tan amargo como el hijo que precede en la muerte a sus padres. Nadie desespera tan profundamente como los padres que ven morir a un hijo. La gente vive en este mundo fugaz, donde todo es incertidumbre y transitoriedad, y aun así, día y noche, sólo piensa cuánta riqueza podrá amasar en esta existencia. Del alba al atardecer, su única preocupación son los asuntos mundanos; por eso, los hombres no reverencian al Buda ni abrazan la fe en la Ley. Ignoran la práctica budista, carecen de sabiduría y malgastan sus días en frivolidades. Cuando mueran y comparezcan ante la corte de Yama, amo del infierno, ¿qué provisiones llevarán consigo en el largo viaje hacia los tres mundos? ¿Qué usarán como barca o balsa para trasladarse por el mar de los sufrimientos del nacimiento y la muerte, hacia la Tierra de la Recompensa Real o la Tierra de Buda de la Luz Tranquila? Cuando uno vive en estado de ilusión, es como si soñara. Y cuando se ilumina, es como si hubiera despertado. Con esta idea, el niño Montañas Nevadas decidió despertar del sueño del mundo transitorio y buscar la realidad de la iluminación. Así pues, se recluyó en las montañas y, sumido en una profunda meditación, barrió el polvo de la ilusión y de la perplejidad, en su inquebrantable búsqueda de la enseñanza budista.

El dios Shakra miró desde lo alto del cielo y, a través de la distancia, observó al niño. Y dijo para sus adentros: «Aunque los peces desovan en gran cantidad, pocas crías llegan a ser ejemplares de gran tamaño. Aunque el mango florece en profusión, sólo algunos capullos se transforman en fruto. De la misma manera, son muchos los hombres que abrigan el deseo de la iluminación, pero muy pocos los que mantienen su práctica y realmente alcanzan el verdadero Camino. El anhelo de la iluminación en las personas comunes suele verse obstruido por influencias malignas y por las circunstancias, que lo desvían con facilidad; y aunque muchos guerreros visten armaduras, pocos son los que van a la batalla sin temor. Voy a poner a prueba la resolución de este joven». Y así diciendo, Shakra se disfrazó de demonio y se apareció ante el niño.

Por entonces, el Buda todavía no había hecho su advenimiento a este mundo; el niño Montañas Nevadas venía buscando en todas partes las escrituras del gran vehículo, sin haberlas podido encontrar. En ese momento, oyó una débil voz que decía:

—⁠Todo cambia; nada es constante. Esta es la ley del nacimiento y de la muerte.

El muchacho, asombrado, miró a su alrededor, pero lo único que halló a la vista fue un demonio que se hallaba ahí cerca, de pie. Su apariencia era horrenda y feroz; los cabellos parecían llamas; los dientes, espadas, y los ojos miraban fijamente al niño con expresión furibunda. Pero este, lejos de amedrentarse, se sintió p.796tan feliz ante la oportunidad de escuchar las enseñanzas budistas, que ni siquiera cuestionó lo que veía. Era como un ternero separado de su madre que oye su mugido desde lejos. «¿Quién dijo ese verso? ¡Tiene que haber más!», pensó y volvió a mirar en derredor; pero tampoco esa vez pudo divisar a nadie. Se preguntó entonces si no habría sido el demonio quien recitó el verso. Pero, al pensarlo mejor, decidió que no podía ser, puesto que un demonio seguramente habría nacido con esa forma física a causa de alguna mala acción cometida en el pasado. El verso pertenecía, sin duda, a una enseñanza del Buda, y el muchacho estaba seguro de que jamás podría haber salido de la boca de un ser inferior como un demonio. Con todo, no había nadie más en las cercanías, así que preguntó:

—⁠¿Fuiste tú el que ha predicado ese verso?

—⁠¡No me hables! —⁠replicó el demonio⁠—. Hace días que no como; estoy hambriento, exhausto y a punto de perder el sano juicio. Es posible que haya murmurado algo sin sentido, pero en mi extravío, ni siquiera sé lo que dije.

—⁠Para mí —⁠dijo el muchacho⁠—, escuchar la primera mitad de ese verso ha sido como contemplar la mitad de la luna o conseguir la mitad de una joya. Tienes que haber sido tú el que habló, así que te ruego me enseñes la otra mitad.

—⁠Ya has logrado la iluminación —⁠respondió el demonio con sarcasmo⁠—; por lo tanto, no deberías ofuscarte, aunque no oyeras el resto del verso. Me muero de hambre y no tengo fuerzas para hablar. ¡Cállate!

—⁠¿Me instruirías si pudieras comer algo? —⁠preguntó el niño.

—⁠Si como algo, tal vez —⁠dijo el demonio.

—⁠Bueno, entonces, ¿qué quieres comer? —⁠exclamó el joven, eufórico.

Pero el demonio replicó:

—⁠No sigas preguntándome, porque te horrorizarás cuando sepas lo que como. Además, jamás podrías dármelo.

Mas el niño Montañas Nevadas siguió insistiendo:

—⁠Si al menos me dijeras lo que quieres, podría tratar de conseguírtelo.

—⁠Sólo como carne tierna de seres humanos —⁠respondió el demonio⁠— y sólo bebo su tibia sangre. Vuelo largas distancias en busca de comida, pero las personas están protegidas por los budas y las deidades, así que, aunque quiero matarlas, no logro hacerlo. Sólo puedo devorar a aquellos que fueron abandonados por los budas y los dioses.

Al oír esas palabras, el niño decidió entregar su propio cuerpo en nombre de la Ley para poder escuchar el verso entero.

—⁠Aquí tienes tu comida —⁠anunció⁠—. No hace falta que sigas buscando. Como aún estoy vivo, mi carne es tibia, y si mi carne es tibia, también ha de serlo mi sangre. Por lo tanto, te pido que me enseñes el resto del verso y, a cambio, te daré mi cuerpo.

Pero, furioso, el demonio le espetó:

—⁠¿Cómo creerte? Una vez que te haya enseñado la otra mitad del verso, ¿podría acaso presentar algún testigo que te hiciera cumplir tu promesa?

—⁠Este cuerpo que poseo es mortal —⁠replicó el niño⁠—. Pero si entrego mi vida por la Ley y me deshago de este cuerpo vil que, de otro modo, moriría en vano, en mi próxima existencia lograré la iluminación sin falta y me convertiré en un buda; recibiré un cuerpo puro y maravilloso. Será como arrojar a lo lejos un recipiente de barro y recibir a cambio una valiosa vasija. Pido a Brahma y a Shakra, a los cuatro reyes celestiales y a los budas y bodhisattvas de las diez direcciones que sean mis testigos. Sería incapaz de engañarte en presencia de ellos.

p.797El demonio, algo más apaciguado, convino:

—⁠Si lo que dices es cierto, te enseñaré el resto del verso.

El niño Montañas Nevadas sintió una gran alegría y, quitándose su sayo de piel de venado, lo extendió sobre el suelo para que el demonio se sentara en él a predicar. Luego, el niño se arrodilló, inclinó su cabeza hasta el suelo y unió las palmas de sus manos en reverencia mientras rogaba:

—⁠Todo lo que pido es que me enseñes el resto del verso.

Así, expresó al demonio su sincero respeto. Este, tomando asiento sobre el pellejo de ciervo, recitó las siguientes palabras:

—⁠Al extinguirse el ciclo del nacimiento y la muerte, uno ingresa en el júbilo del nirvana.

En cuanto escuchó esas palabras, el niño se llenó de dicha y de infinita reverencia hacia el verso. Decidido a recordarlo en su próxima existencia, lo repitió una y otra vez, y lo grabó en lo más profundo de su corazón.

Luego pensó: «Me alegra que este verso [aunque haya provenido de un demonio] no difiera de la enseñanza del Buda; pero, al mismo tiempo, lamento ser el único que lo haya escuchado; sería una lástima no poder transmitírselo a otras personas...». Acto seguido, inscribió la estrofa sobre las piedras, en las paredes de los acantilados y en los árboles del camino, y oró para que todos aquellos que pasaran después por allí y la vieran comprendieran su significado y pudieran así ingresar en el Camino verdadero. Concluida esta acción, trepó a un alto árbol y se arrojó a las fauces del demonio. Pero antes de llegar el niño al suelo, el demonio recobró su forma original, la de Shakra, atrapó al muchacho y lo depositó con cuidado en un sitio llano. Inclinándose ante él con profundo respeto, la deidad reveló:

—⁠Para ponerte a prueba, te he negado la enseñanza sagrada de El Que Así Llega por un tiempo, causando así angustia en el corazón de un bodhisattva. Espero que perdones mi mala acción y me salves sin falta en mi próxima existencia.

Luego, todos los seres celestiales se congregaron para ensalzar al niño Montañas Nevadas diciendo:

—⁠¡Excelente, excelente! Él es un verdadero bodhisattva.

Al ofrendar su cuerpo para escuchar la mitad de un verso, el bodhisattva pudo erradicar faltas cuya redención habría requerido doce kalpas sobrellevando las aflicciones del nacimiento y muerte [y de esa forma, pudo lograr la iluminación]. Su historia se relata en el Sutra del nirvana.

En el pasado, el niño Montañas Nevadas estuvo dispuesto a dar la vida con tal de escuchar apenas la mitad de un verso. ¡Cuánto mayor debería ser nuestro agradecimiento por poder escuchar todo un capítulo o hasta un volumen del Sutra del loto! ¿Cómo podríamos retribuir un beneficio semejante? Si a usted en verdad lo preocupa su próxima existencia, siga el ejemplo de ese bodhisattva. Aunque su pobreza le impidiera ofrecer algo de valor, si surgiera la oportunidad de dar la vida con tal de recibir la Ley del Buda, ofréndela en pos de la Ley.

Nuestro cuerpo, finalmente, será sólo tierra en las colinas y en los campos. Entonces, no tiene objeto mezquinar la vida, pues nadie —⁠por mucho que se empeñe⁠— podría aferrarse a ella para siempre. Ni siquiera las personas longevas suelen superar los cien años de edad; todos los acontecimientos que integran una existencia son como las imágenes que uno sueña durante una corta siesta. Alguien puede haber tenido la buena fortuna de nacer como ser humano e, incluso, de ingresar en el sacerdocio; pero si no estudia la enseñanza del Buda y no p.798refuta a quienes actúan contra ella, y, en cambio, sólo se dedica al ocio y a la charla frívola, no es más que un animal vestido de túnica sacerdotal. Podrá decir que es parte del clero y ganarse la vida como monje, pero de ningún modo merece ser considerado un prelado genuino; es sólo un ladrón que ha usurpado el título de sacerdote. ¡Qué ignominioso! ¡Y qué temible!

En la enseñanza teórica del Sutra del loto, hay una frase que expresa: «No nos preocupan el cuerpo o la existencia; sólo vivimos pendientes del Camino insuperable».16 En otro pasaje de la enseñanza esencial se lee: «Sin vacilar aunque ello les costara la vida».17 El Sutra del nirvana sostiene: «El cuerpo es insignificante, pero la Ley es suprema. Uno debería dar la vida con tal de propagar la Ley».18 De ese modo, tanto la enseñanza teórica como la enseñanza esencial del Sutra del loto, así como el Sutra del nirvana, indican que deberíamos brindar la vida a la propagación de la Ley. Es una grave falta oponerse a esas advertencias; y el error, aunque invisible a los ojos, se va acumulando hasta arrojar a la persona directamente de cabeza al infierno. Es como el calor y el frío, que no tienen forma visible; sin embargo, en invierno, el frío se ensaña con los árboles y el pasto, con los seres humanos y las bestias; y en verano, el calor atormenta a personas y animales por igual.

Lo más importante para usted, como creyente laico, es entonar Nam-myoho-renge-kyo con corazón puro y resuelto, y dar sustento a los sacerdotes. Y, si nos regimos por las palabras del Sutra del loto, usted también debe enseñar el sutra dando lo mejor de sí. Cuando el mundo le dé motivos de desaliento, entone Nam-myoho-renge-kyo recordando que, aunque los sufrimientos de esta existencia sean muy dolorosos, los de la próxima pueden serlo aun más. Y, cuando esté feliz, recuerde que la dicha en esta vida es sólo un sueño dentro de un sueño, y que la única felicidad verdadera es la que se halla en la tierra pura del Pico del Águila; con ese pensamiento, entone Nam-myoho-renge-kyo. Mantenga su práctica sin decaer hasta el último instante de su vida; y, cuando llegue ese momento, ¡observe con cuidado! Cuando escale la montaña de la perfecta iluminación y mire a su alrededor en todas las direcciones, verá con asombro que el reino de los fenómenos es la Tierra de la Luz Tranquila. El suelo será de lapislázuli, y los ocho caminos19 estarán delimitados por cordones de oro. Del cielo lloverán cuatro clases de flores,20 y el aire resonará de música. Todos los budas y bodhisattvas se harán presentes, rebosantes de perfecta alegría, acariciados por la brisa de la eternidad, la felicidad, la verdadera identidad y la pureza. Pronto también llegará para nosotros la hora de sumarnos a ellos. Pero, si nuestra fe es débil, jamás llegaremos a ese espléndido lugar. Si tuviese alguna otra duda, estaré esperando sus preguntas.


Respetuosamente,


Nichiren


En el noveno día del duodécimo mes, segundo año de Kenji (1276), signo cíclico hinoe-ne.

 

Respuesta a Matsuno


Antecedentes


Esta carta fue escrita a fines de 1276, en respuesta al sacerdote laico Matsuno Rokuro Saemon. Cuatro personas de esa familia recibieron cartas del Daishonin: Matsuno, su esposa, su hijo y su nuera. Una de las hijas del sacerdote laico se casó con Nanjo Hyoe Shichiro y dio a luz a Nanjo Tokimitsu, ferviente seguidor del Daishonin y de su discípulo Nikko p.799Shonin. Se cree que Matsuno se convirtió a las enseñanzas del Daishonin gracias a su relación con la familia Nanjo.

La carta explica las catorce acciones contra la Ley mediante citas del Comentario sobre «Palabras y frases del “Sutra del loto”», de Miao-lo. Tales acciones se mencionan originalmente en el capítulo «Parábolas y semejanzas» del Sutra del loto. El destinatario había preguntado al Daishonin si los beneficios que recibía un venerable cuando entonaba el daimoku eran diferentes de los que recibía un practicante común; y el Daishonin aquí responde que no. «Sin embargo», continúa, «hay diferencia cuando uno entona el daimoku pero actúa contra el propósito del sutra». El Daishonin explica «el propósito» del sutra a raíz de mencionar las catorce acciones contra la Ley.

Las primeras diez se refieren a la postura y a los actos de la gente en relación con la Ley, es decir, las enseñanzas del Buda; las cuatro últimas se refieren a la postura y el proceder con respecto a quienes creen en la Ley y la practican.

El Daishonin pone de relieve la importancia de la unión entre los creyentes y advierte: «Recuerde siempre que los seguidores del Sutra del loto deberían ser absolutamente los últimos en hablar mal unos de otros». Y explica la razón: «Todos aquellos que mantienen la fe en el Sutra del loto son budas, con toda certeza, y quienes denigran a un buda están cometiendo una falta de enorme gravedad». Dicho de otra manera, exhorta a no cometer jamás las cuatro últimas acciones contra la Ley: «desprecio, odio, envidia y rencor» a los compañeros creyentes.

Luego, cuenta la historia del niño Montañas Nevadas, que ofrece su cuerpo a un feroz demonio a cambio de una enseñanza budista. A través del relato, alienta a Matsuno a hacer de esta postura de bodhisattva un ejemplo para su fe y su práctica. Además, deja claro que el sacerdote que no posee el espíritu de estudiar y de practicar el budismo con devoción, y no lucha por refutar a quienes cometen actos contra la enseñanza «no es más que un animal vestido de túnica sacerdotal», un ladrón que se aprovecha de un cargo en el sacerdocio.

El Daishonin concluye su carta inculcando a Matsuno la forma de practicar su enseñanza como creyente laico. Lo incentiva a que entone Nam-myoho-renge-kyo, provea a los sacerdotes y, de acuerdo con el Sutra del loto, se esfuerce por propagar la Ley. Por cierto, a la luz de los párrafos precedentes, «sacerdotes» en este contexto no indica a cualquier prelado, sino a los discípulos del Daishonin que practican de acuerdo con el espíritu expuesto en esta carta.


Notas


1. Nichigen (m. 1315) fue un sacerdote del templo Jisso-ji, perteneciente a la escuela Tendai. Se convirtió en discípulo de Nichiren Daishonin cuando este ya se había retirado al monte Minobu. Más tarde, regresó al Jisso-ji y convirtió a otros sacerdotes. También construyó templos en las provincias de Musashi y de Suruga.

2. Sutra del loto, cap. 13.

3. Se desconoce la fuente de esta declaración, aunque en el Sutra de los tesoros acumulados aparece una mención a los «monjes y monjas con corazón de perro».

4. Presunta alusión a la primera parte del capítulo «Medios hábiles», que finaliza con «El verdadero aspecto de todos los fenómenos sólo puede ser comprendido y compartido por budas. Esta realidad consiste de apariencia […] y su coherencia del principio al fin».

5. En el capítulo tercero del Sutra del loto, se lee que no hay que exponer este sutra a personas necias, para protegerlas de que terminen denigrándolo por ignorancia.

6. Este «erudito» fue identificado por Ts’ung-i, en su obra Suplemento de las tres obras principales de T’ien-t’ai, como Tz’u-en, estudioso de la escuela Características del Dharma. Sin p.800embargo, es una atribución dudosa. Tz’u-en, en su obra Elogio a la profundidad del «Sutra del loto», menciona actos contra la Ley, pero no los enumera ni se explaya al respecto.

7. Paráfrasis de un pasaje del décimo capítulo del Sutra del loto.

8. Sutra del loto, cap. 28.

9. El escalpelo de diamante.

10. Esto se menciona en el segundo capítulo del Sutra del loto.

11. Paráfrasis de una frase del décimo capítulo del Sutra del loto.

12. Sutra del loto, cap. 28.

13. En el capítulo «La Torre de los Tesoros» del Sutra del loto, el buda Shakyamuni congrega a todos los budas del universo y luego abre la Torre de los Tesoros. El buda Muchos Tesoros lo invita a compartir su sitial, y así comienza la Ceremonia en el Aire.

14. Sutra del nirvana.

15. Los patos mandarines son símbolos de la felicidad conyugal. Se dice que el macho y la hembra se mantienen fieles durante toda la vida.

16. Sutra del loto, cap. 13.

17. Ib., cap. 16.

18. Comentario sobre el «Sutra del nirvana».

19. Los ocho caminos conducen en ocho direcciones, es decir, hacia los ocho puntos de la brújula.

20. Mandarava, gran mandarava, manjushaka y gran manjushaka. Flores rojas y blancas, muy fragantes, que, según la tradición india, florecen en el cielo.