He recibido los diversos obsequios que tuvo la amabilidad de enviarme.
Las raíces de la buena fortuna no están determinadas por el valor grande o pequeño de las ofrendas que uno realiza. El mérito que estas permiten obtener varía de muchas formas, de acuerdo con el país, la persona y la época. Supongamos que uno secara estiércol, lo desmenuzara, lo pasara por una criba y lo moldeara como si fuera una pieza de madera de sándalo. Aunque uno tallara ese bloque y le diera forma de mujer, de deidad celestial o de buda, al quemarlo liberaría sólo un horrible hedor a estiércol. De la misma manera, si uno matara o robara a un semejante y le quitara los primeros frutos de la cosecha, aunque ofrendara el botín con intención de adquirir mérito y buena fortuna, esa ofrenda sería una mala acción.
El próspero Sudatta fue el hombre más rico de toda la India. Construyó y ofrendó el monasterio de Jetavana, que puso a disposición del Buda. Sin embargo, el fuego redujo el lugar a cenizas sin dejar ni un solo rastro. Ese acaudalado mercader, originariamente, había amasado su fortuna capturando y vendiendo peces; es decir, privándolos de vida. Por eso, al final, el monasterio desapareció.
Del mismo modo, las ofrendas que hoy hace la población parecen imponentes, pero son el producto de feudos conquistados en batallas o de riquezas obtenidas mediante la insensata opresión al pueblo. Aunque tales ofrendas parezcan ser grandes actos de devoción al Buda, las personas que las realizan jamás lograrán la Budeidad; antes bien, sus donaciones desaparecerán sin dejar huellas.
Pero incluso si uno no causara daño a los demás y trabajara con honradez para costear sus ofrendas, igual podría suceder que no lograra la Budeidad. A modo de ejemplo, si uno planta una buena semilla en un campo estéril, la semilla se estropeará, y uno acabará en la ruina. Por otro lado, aunque uno sea sincero, si hace ofrendas a una persona perversa no obtendrá beneficio alguno; antes bien, tales donaciones lo harán caer en los malos caminos.
Las ofrendas que usted hizo no eran para mí, Nichiren, sino para el Sutra del loto. Por lo tanto, dejemos esto en manos del buda Shakyamuni, el buda Muchos Tesoros y los budas de las diez direcciones [para que ellos evalúen la grandeza de] los beneficios generados.
A lo largo de este año que pasó le he referido diversos acontecimientos, pero, a decir verdad, no recuerdo en toda mi vida haber pasado un frío tan intenso como el que estamos padeciendo en la actualidad. Se ha acumulado una enorme cantidad de nieve... Hasta a las personas de profunda decisión p.1149les cuesta venir a verme; así pues, que usted haya enviado hasta aquí un mensajero es, sin duda alguna, un gesto de sinceridad nada habitual.
Con mi profundo respeto,
Nichiren
En el vigésimo séptimo día del duodécimo mes.
Respuesta a la monja laica de Kubo
Antecedentes
Nichiren Daishonin escribió esta carta en Minobu, el último mes del cuarto año de Koan (1281), y la dirigió a la monja laica de Kubo agradeciéndole las ofrendas que esta le había enviado. La monja laica era una viuda que vivía con su hija en Kubo, un poblado del distrito Fuji, en la provincia de Suruga; no obstante, se sabe muy poco sobre ella. A juzgar por el contenido de varias cartas que la tuvieron por destinataria, parece haber sido una creyente de fe pura que enviaba ofrendas con frecuencia.
En respuesta a sus obsequios, el Daishonin dice que realizar ofrendas en nombre del budismo es como plantar «buenas raíces» o como acumular méritos y buena fortuna. En el primer pasaje, explica que el beneficio derivado de las ofrendas depende de la época, el lugar y la persona a quien van dirigidas. Por otro lado, si una ofrenda importante está hecha con dinero obtenido mediante el perjuicio o la explotación a los demás, no proporcionará ningún beneficio, aunque esté hecha en nombre del budismo. Asimismo, explica la tremenda importancia de la sinceridad con que se realizan las ofrendas y de la virtud de la persona o la enseñanza a la cual están destinadas.