Yo, Nichiren, al ver ese panorama, procedí a consultar la voluminosa colección de las escrituras budistas. Allí descubrí el motivo por el cual dichas oraciones no producían efecto alguno sino que, a la inversa, sólo agravaban la situación. Además, encontré pruebas documentales que fundamentaban mi hallazgo. Finalmente, no tuve más recurso que compilar una obra para exponer el resultado de mis investigaciones, y la titulé Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra. En el primer año de la era Bunno (1260), signo cíclico kanoe-saru, el decimosexto día del séptimo mes, a la hora del dragón (entre las siete y las nueve de la mañana), la entregué al sacerdote laico Yadoya1 para que este la dejara en manos de Su Señoría, el sacerdote laico del Saimyo-ji, hoy fallecido. Lo único que me inspiró a actuar así fue el deseo de saldar mi deuda de gratitud con la tierra en que he nacido.
La esencia de dicho documento es la siguiente. El budismo fue introducido en el país procedente del reino de Paekche durante el reinado del emperador Kimmei, trigésimo de los soberanos humanos entre los cien monarcas que sucedieron a los siete reinados de las deidades celestiales y los cinco reinados de deidades terrenales. Desde ese momento hasta la coronación del emperador Kammu, quincuagésimo de los monarcas humanos, transcurrieron unos doscientos sesenta años, en los cuales se difundieron a lo largo del país las seis escuelas y diversas escrituras del budismo. Pero, hasta ese momento, las escuelas T’ien-t’ai y Palabra Verdadera aún eran desconocidas en el Japón.
Durante el reinado del emperador Kammu vivió un joven sacerdote llamado Saicho (quien luego sería conocido como el gran maestro Dengyo), discípulo del administrador sacerdotal Gyohyo del templo Yamashina-dera. Estudió exhaustivamente las seis escuelas que se habían propagado en el país hasta entonces y, también, la doctrina del Zen, pero ninguna de ellas pareció dejarlo satisfecho. Antes, durante el reinado del emperador Shomu, había llegado al Japón el reverendo Chien-chen (Ganjin), oriundo de la China de la dinastía T’ang, portando consigo los comentarios de T’ien-t’ai. Cuarenta años después o tal vez más, Saicho fue la primera persona que los leyó en profundidad y logró comprender el significado esencial del budismo.
En el cuarto año de la era Enryaku (785), Saicho fundó un templo sobre el monte Hiei para asegurar la continuidad de la paz en los cielos y en la tierra. El emperador Kammu honró este nuevo establecimiento designándolo lugar de veneración para elevar oraciones a la estrella guardiana del Regente. Dejó de dar crédito a las enseñanzas de las seis escuelas para depositar su fe sincera y absoluta en las doctrinas perfectas de la escuela Tendai.
El decimotercer año de la era Enryaku, el Emperador trasladó la capital desde Nagaoka hasta la ciudad de Heian.2 El vigésimo primer año de la misma era, el decimonoveno día del primer mes, el Emperador convocó a catorce grandes eruditos de las seis escuelas, provenientes de los siete templos principales de Nara, entre los cuales se contaban sacerdotes como Gonzo y Choyo. Los hizo acudir al templo Takao-dera y allí les ordenó que enfrentaran a Saicho en un debate religioso. Pero estos maestros de las seis escuelas no pudieron imponerse a Saicho ni siquiera en el más simple intercambio de opiniones, hasta que al final, sus bocas fueron tan incapaces de proferir palabras como sus narices. Ninguna de sus doctrinas quedó en pie: ni las cinco enseñanzas de la escuela Guirnalda de Flores, ni los tres períodos de la escuela Características del Dharma ni tampoco los dos acervos y los tres períodos postulados por la escuela Tres Tratados.3 Pero, además de refutar las enseñanzas de las seis escuelas, Saicho demostró que todas ellas contradecían la doctrina verdadera. El vigésimo noveno día del mismo mes, el Emperador promulgó un edicto donde criticaba con dureza a los catorce contendientes que habían debatido con Saicho. A su vez, estos sacerdotes escribieron y enviaron al Emperador una carta disculpándose por su conducta.
Desde ese momento, todos los soberanos fueron leales al monte Hiei y lo trataron con mayor respeto que el que depara a sus padres un hijo consciente de la devoción filial; le mostraron mayor temor y reverencia que los que siente el pueblo ante el poderío del gobernante. En ocasiones, los emperadores promulgaron edictos para honrarlo; otras veces, se vieron obligados a aprobar sus injustas exigencias. En particular, debe destacarse que el emperador Seiwa pudo ascender al trono gracias a las poderosas oraciones del reverendo Eryo, del monte Hiei.4 Por este motivo, Kujo, ministro de la Derecha y abuelo materno del Emperador, firmó un compromiso escrito jurando lealtad al monte Hiei. También hay que recordar que Minamoto no Yoritomo, general de la Derecha [y fundador del sogunato de Kamakura], fue descendiente del emperador Seiwa. Sin embargo, las autoridades actuales de Kamakura, ya sea que administren el gobierno de manera correcta o incorrecta, ignoran al monte Hiei y le vuelven las espaldas. ¿Acaso no temen la retribución de los cielos?
En la época del emperador retirado Gotoba, durante la era Kennin (1201-1204), vivieron dos hombres arrogantes llamados Honen y Dainichi, de cuyos cuerpos tomaron posesión las funciones demoníacas. Ambos se dedicaron a engañar a nobles y plebeyos en todo el país, hasta lograr que cada habitante se convirtiera a la escuela Nembutsu o, en su defecto, a la escuela Zen. El número de los que siguieron respetando al monte Hiei fue menguando en forma sorprendente, de la misma manera que mermó su pasión; y en todo el país, los sacerdotes versados en el Sutra del loto o en las enseñanzas de la escuela Palabra Verdadera se vieron tratados con rechazo o indiferencia.
A raíz de esto, la Diosa del Sol, el gran bodhisattva Hachiman y las deidades de los siete templos de Sanno5 —que custodian y protegen el monte Hiei—, así como las otras grandes deidades benevolentes que resguardan las distintas regiones del país ya no pudieron deleitarse con el sabor de la Ley. Su fuerza y su brillo fueron debilitándose cada vez más, hasta que, por fin, abandonaron el país. De ese modo, las funciones demoníacas ingresaron en el territorio para causar calamidades y desastres. Estos desastres, como señalé en mi recordatorio, eran el presagio de que nuestro país acabaría destruido por una potencia extranjera.
Luego, en el primer año de la era Bun’ei (1264), signo cíclico kinoe-ne, el quinto día del séptimo mes, apareció un cometa procedente del Este cuya luz iluminó todo el territorio del Japón. Se trató de un portento maligno, como nadie jamás hubiese visto desde los comienzos de la historia. Ninguno de los estudiosos versados en escrituras budistas o en enseñanzas no budistas pudo comprender la causa de tan funesto presagio. Mi aflicción y mi inquietud no hicieron más que aumentar. Ahora, a nueve años de haber presentado mi tesis [al sacerdote laico del Saimyo-ji], el primer mes intercalar de este año llegó una carta oficial del gran reino de los mongoles. Vemos así que los acontecimientos coinciden con las predicciones que formulé en mi recordatorio tan exactamente como las dos mitades de una tarja.
El Buda predijo: «Cien años o más después de mi muerte, aparecerá en el mundo un gobernante llamado Ashoka el Grande, que esparcirá mis reliquias en todas las direcciones».6 En tiempos del rey Chao, cuarto monarca de la dinastía Chou, el gran historiador Su Yu vaticinó: «[Ha nacido un venerable en la región occidental.] Dentro de mil años, sus palabras llegarán a este país».7 El príncipe Shotoku predijo: «Después de mi muerte, cuando hayan pasado doscientos años o más, en la provincia de Yamashiro se fundará la ciudad de Heian».8 Y el gran maestro T’ien-t’ai pronosticó: «Doscientos años o más después de mi muerte, renaceré en un país oriental y difundiré mi enseñanza correcta».9 Todas estas predicciones se han cumplido al pie de la letra.
Cuando yo, Nichiren, presencié el gran terremoto de la era Shoka, el tremendo vendaval y la hambruna que se produjeron en esa misma época, y el grave brote epidémico que tuvo lugar el primer año de la era Shogen, predije: «Estos son presagios cuya finalidad es anunciar que nuestro país será destruido por una nación extranjera». Aunque dé la impresión de estar jactándome por el acierto de mi vaticinio, si nuestro país es arrasado, eso significará también, con toda seguridad, la destrucción de las enseñanzas budistas.
Los eminentes sacerdotes budistas de nuestra época parecen tener la misma mentalidad que los que actúan contra la Ley. A decir verdad, ni siquiera entienden el verdadero significado de las enseñanzas que proclaman sus propias escuelas. Es seguro que si el Emperador o las autoridades del gobierno les ordenan elevar plegarias para ahuyentar los
males que hostigan al país, sólo conseguirán enfurecer más aún a los budas y deidades, y la nación no tendrá otro remedio que hacer frente a la ruina.
Yo, Nichiren, sé las medidas que hay que tomar para resolver la situación. Fuera del venerable del monte Hiei,10 soy la única persona en todo el Japón que lo comprende. Y así como no hay dos soles o dos lunas, tampoco se encontrará a dos venerables juntos, uno al lado del otro. Si esto que digo es falso, que me castiguen las diez demonios, protectoras del Sutra del loto que yo abrazo. Mi único propósito al hablar así es el bienestar de la nación, de la Ley y de los demás, no mi propio beneficio. Cumplo, además, en informarle que en el futuro iré a visitarlo personalmente. Si no presta oídos a mi consejo, con seguridad tendrá que lamentarlo después.
Con mi profundo respeto,
Nichiren
En el quinto día del cuarto mes, quinto año de Bun’ei (1268), signo cíclico tsuchinoe-tatsu.
Al reverendo Hokan
Antecedentes
En el primer mes de 1268, llegó a Kamakura una comitiva enviada por el Kubilai Khan para entregar un mensaje al sogunato. Implícitamente, el Imperio mongol intimaba al Japón a que reconociera su soberanía y se subordinara a él. Los enviados regresaron sin portar respuesta alguna, y el gobierno japonés comenzó a tomar medidas para defender el país de un posible ataque extranjero.
En ese momento, Nichiren Daishonin escribió este breve texto conocido como Razones por las cuales escribí «Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra», y lo envió a un sacerdote llamado Hokan. Poco se sabe sobre él: era un prelado budista que se movía en los círculos gubernamentales. El Daishonin explica las circunstancias que lo condujeron a escribir la mencionada tesis ocho años antes, y señala que la llegada de los emisarios mongoles para exigir lealtad convalida la predicción de invasión extranjera que él había formulado en dicho tratado.
En el décimo mes de ese mismo año, Nichiren Daishonin se dirigió por escrito a once funcionarios de alto rango y líderes religiosos del Japón, como el regente Hojo Tokimune; el sacerdote Doryu, perteneciente al templo Kencho-ji de la escuela Zen, y el sacerdote Ryokan, perteneciente al templo Gokuraku-ji de la escuela Preceptos-Palabra Verdadera. En tal ocasión, señaló que las predicciones contenidas en la tesis Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra se estaban comenzando a cumplir, y solicitó la oportunidad de demostrar la validez de sus enseñanzas en un debate público religioso. Ninguna de estas cartas obtuvo respuesta.
Notas
1. Yadoya Mitsunori, funcionario jerárquico cercano a Hojo Tokiyori (1227-1263), el Regente retirado. A Tokiyori se lo conocía como el «sacerdote laico del Saimyo-ji».
2. Antiguo nombre de Kioto. Anteriormente, la capital había sido trasladada de Nara a Nagaoka.
3. Sistemas mediante los cuales estas escuelas pretendían clasificar la totalidad de las escrituras budistas. Las cinco enseñanzas de la escuela Guirnalda de Flores eran el Hinayana, el Mahayana elemental, el Mahayana final, la enseñanza repentina y la enseñanza perfecta. Los tres períodos de la escuela Características del Dharma dividen los sutras en: 1) la enseñanza de que los elementos de la existencia son reales; 2) la enseñanza de que todo es no sustancial; 3) la enseñanza del Camino Medio. Los dos acervos de la escuela Tres Tratados son las enseñanzas para los que escuchan la voz y las enseñanzas para los bodhisattvas; los tres períodos de esta escuela son: 1) la doctrina de que la mente y la realidad objetiva son reales; 2) la doctrina de que sólo la mente es real; y 3) la doctrina de que tanto la mente como la realidad objetiva carecen de sustancia.
4. El emperador Seiwa (850-880), en su juventud conocido como príncipe Korehito, fue el cuarto hijo del emperador Montoku. Según afirma la tradición, este no podía decidir a cuál de sus hijos varones nombrar sucesor. Por eso, enfrentó a Korehito con otro de sus hermanos en un torneo de lucha sumo para dirimir la cuestión. Se dice que triunfó el príncipe Korehito porque el sacerdote Eryo, de la escuela Tendai, había orado por él. El «abuelo materno del Emperador», que aparece en la siguiente frase, se refiere a Fujiwara Yoshifusa (804-872), que sentó las bases para la prosperidad de su clan.
5. Sanno se refiere al Santuario de Sanno, otro de los nombres con que se conoce al Santuario de Hie, situado al pie del monte Hiei. Sanno, o Rey de la Montaña, es una de las denominaciones de las principales funciones protectoras del santuario, venerada como la deidad guardiana del monte Hiei y de la escuela Tendai. Los siete templos principales están emplazados en el predio del Santuario de Hie.
6. Paráfrasis de un pasaje de Historia de los sucesores del Buda. «Mis reliquias» se refiere tanto a los restos físicos del Buda como a las enseñanzas que él expuso.
7. Registro del linaje del Buda y de los patriarcas. Esta obra señala que, en el vigésimo cuarto año (generalmente, atribuido a 1029 a. C.) del reinado del rey Chao, la noche del octavo día del cuarto mes, el cielo fue atravesado por rayos de luz de cinco colores, la tierra fue sacudida de seis maneras diferentes y las fuentes de agua, ríos, corrientes y estanques rebalsaron sin que hubiese llovido. El rey Chao se alarmó, pero su gran historiador Su Yu realizó diversos rituales y anunció: «Ha nacido un venerable en la región occidental. Dentro de mil años, sus palabras llegarán a este país». Se dice que, tal como lo predijo, mil quince años después de la muerte del Buda, durante el reinado del emperador Ming, en el décimo año de la era Yung-p’ing (67 d. C.) las doctrinas del budismo llegaron a la China.
8. Paráfrasis de un pasaje de Compilación de registros sobre el príncipe Jogu. En 794, doscientos años después de la muerte del príncipe Shotoku (o Jogu) en 622, la capital fue trasladada a Heian, hoy ciudad de Kioto.
9. La cita pertenece a Crónica del reverendo Tao-sui sobre la transmisión de la Ley. Cuando Tao-sui conoció a Dengyo, una vez que este había llegado a la China procedente del Japón, identificó a Dengyo como la reencarnación de T’ien-t’ai, basado en la propia predicción de este último.
10. El «venerable» del monte Hiei se refiere al gran maestro Dengyo.